Hay reuniones que no necesitan un despacho. Basta una mesa, el murmullo elegante de fondo y una comida que acompañe sin imponerse. En un mundo que valora cada vez más el detalle, la precisión y el buen gusto discreto, almorzar en Robata es una declaración de principios. Porque el lujo real no es lo ruidoso, es lo cuidado.
Tanto en Barcelona como en Madrid, Robata se ha convertido en ese lugar donde la gastronomía japonesa encuentra su mejor versión urbana: sofisticada pero accesible, refinada pero natural. Y para quienes entienden que un buen negocio empieza con una conversación en el lugar adecuado, es una apuesta segura.
Entrar a Robata a mediodía es una forma de bajar el ritmo sin perder intención. La decoración, limpia, cálida, con maderas claras, cerámica y acero, crea un entorno equilibrado, íntimo, sin excesos. Todo está diseñado para que el foco esté donde debe: en la conversación, el gesto, la calidad del momento.
Las mesas están separadas lo justo, el servicio es atento pero no intrusivo, y la luz suave genera la intimidad necesaria. Es fácil sentirse cómodo, incluso en esos encuentros donde se mezclan lo profesional y lo personal. Aquí, cerrar un acuerdo, presentar un proyecto o simplemente reforzar una relación laboral se convierte en algo sencillo.
La propuesta gastronómica de Robata funciona especialmente bien al mediodía. Su carta, diseñada para compartir o disfrutar en formato individual, permite elegir entre platos delicados, piezas al carbón japonés y nigiris llenos de matices.
Un buen inicio puede ser el Tiradito de Hamachi con salsa yuzu, fino, cítrico y perfecto para abrir boca, o el Tataki de Atún, marcado en su punto y cubierto de sésamo, que aporta un umami delicado. Para compartir algo informal y aromático mientras se conversa, unos edamame trufados resultan ligeros, elegantes y muy recomendables.
La robata, el corazón del restaurante, aporta carácter con equilibrio. Las brochetas de solomillo, jugosas y potentes; el Yakitori; o el Pulpo al olivo, marcado en brasa y acompañado de con salsa de olivas kalamata, son ejemplos de platos profundos que combinan técnica y sabor sin resultar pesados.
Y si el encuentro lo permite, compartir algunos de los nigiris de la casa añade sofisticación y calma al almuerzo: el nigiri de Toro, el de vieira, o el completo Nigiri Moriawase, una selección de siete piezas que incluye dorada, salmón, lubina, hamachi, atún akami, toro y anguila, ofrecen pequeñas pausas de sabor que marcan verdaderamente la diferencia.
Comer en Robata no es una experiencia que absorba todo el protagonismo. Es un marco que lo eleva. La cocina japonesa, por su propia naturaleza, transmite valores que encajan con un entorno profesional: respeto, equilibrio, contención, atención al detalle.
El servicio entiende el ritmo de este tipo de encuentros. Si hace falta agilidad, la hay. Si se necesita más tiempo, también. Y eso, en un almuerzo de negocios, vale oro. Porque tan importante como lo que se dice es cómo se siente el otro. Y en Robata, cada gesto, desde la vajilla hasta el modo en que se sirve, habla de cuidado.
Los postres en Robata permiten cerrar el almuerzo con elegancia, sin romper el tono. Las fresas a la pimienta, flambeadas y con helado de vainilla, aportan un toque fresco. El Lemon Pie es limpio y equilibrado. Y si hay que celebrar algo, la N.Y. Cheese Cake, también si lo necesitas, con su versión sin gluten.
Después, basta un café o un té japonés para redondear el momento. Sin prisas, sin ruidos, sin distracciones.
Elegir Robata para un almuerzo de negocios no es casual. Es elegir un lugar donde se respira confianza. Donde todo está cuidado sin ser excesivo. Donde cada bocado habla de respeto por el tiempo, el producto y la persona que tienes delante.
En una ciudad llena de opciones, encontrar un espacio que combine estética, sabor y tranquilidad es un lujo.